Que me digan Casiano…

Benjo Cruz quiso llamarse así, Casiano, para asumirse guerrillero, hace 48 años. Era Benjamín Inda Cordeiro, hijo de un periodista de derecha y una maestra sucrense que le heredó el gusto por las coplas en el quéchua sureño:“Pilcumayuta pasaspa…”

Bachiller del Colegio San Calíxto de La Paz fue a estudiar medicina en Argentina, pero allí, llevado de su hermosa voz y pasión revolucionaria, se afilió a la canción social bajo el influjo del poeta Armando Tejada Gómez. A finales de 1965 retornó a La Paz como Benjo Cruz y con la bella Elvira, su mujer, procreó a Martín Lucas.

Era el artista más querido por el pueblo y al poco tiempo el más influyente en el pensamiento rebelde y voluntad de resistencia de esos años de dictadura militar, que perpetró una matanza de mineros en la Noche de San Juan y que reprimía a la gente en el campo y las ciudades.  Benjo se identificó con el pueblo opuesto frontalmente  a la entrega de los recursos naturales energéticos a las empresas transnacionales  en la modalidad imperialista de un llamado Código Davenport.

En el apogeo de su fama de cantante y abanderado de la protesta social, Benjo Cruz enfiló, en julio del 69, a la guerrilla de Teoponte, en el Beni, al norte de La Paz, junto a 68 universitarios, todos miembros del Ejército de Liberación Nacional de Bolivia, ELN, convencidos de que había que proseguir la lucha armada iniciada  por el comandante Ernesto Guevara en Ñancahuazú y asesinado en La Higuera por órdenes de la CIA, dos años antes, en octubre de 1967.

“Cambié mi guitarra por un fusil” fue la valiente proclama de Benjo Cruz al sumarse a aquella gesta. Y´pidió que lo llamaran por su nombre de guerra: Casiano. Tal declaración devino testimonio político y revolucionario motivador para que otros seres, miles se asuman  más bolivianos y dignos de tener patria.

La historia escribió esto: en un combate,  Benjo Cruz fue herido  y sangrando de las ingles recibió el apoyo de Pedrito, alias de guerra del médico José Arce Paravicini. Sin municiones ni alimentos, ambos guerrilleros salieron de la zona de los combates y se guarecieron en una choza de cazadores, un pahuichi abandonado arriba de Sararía, en el Alto Beni.

Ahí, empero, al parecer el día 28 de agosto, les cayó una tropa republicana que tenía por consigna del gobierno de entonces “ni heridos ni prisioneros”. Un teniente apellidado Espinoza lo encañonó:  “Ahora vas a cantar para mí, cantorcito de mierda”, le gritó. El soldado Veizaga narró  unos años después en La Paz  que Benjo Cruz  se puso a entonar de inmediato la cueca “Viva mi patria Bolivia…” y que una ráfaga de metralleta Garant le cortó la voz y el aire para siempre. Como al Che.

El mismo oficial macho ejecutó también al otro combatiente desarmado. Le disparó a quemarropa, con la soberbia de aquel cantor falaz que el 12 de abril de 1998, 29 años después, declaró en una entrevista: “… mejor si no te manchas metiéndote en política que es lo que más o menos sucedió con Benjo Cruz. Eso dejó una huella tremenda que creo dura hasta ahora (sic), pero eso (la guerrilla) no era otra cosa que un mandato de un partido  de un sector político hacia un artista para dar la receta de comportamiento revolucionario” (resic). En cambio, si Benjo Cruz todavía estuviera vivo, seguiría aquí, cantando…” (Revista Semana de Última Hora, entrevista a Luis Rico,  La Paz, páginas 12 y 13)

En el local del sindicato de radialistas de La Paz velamos su cuerpo rescatado de la selva y del olvido. Cantallorando, decenas de artistas, compañeros de ideales y de canto de Benjo Cruz, hicieron la guardia toda la noche.

Ante el féretro, cubierto con las banderas de Bolivia y del ELN, leí unos versos escritos tras saber de su muerte en combate y bajo la prohibición oficial de hablar de esa guerrilla en los medios.  Ese poema se titula Él, mismo que  a comienzos de este siglo mereció una música inolvidable de Marco A. Lavayén: “Hecho de piedra y clavel, así era el hombre… te diré todo de él, menos su nombre. Con su guitarra el país se estremecía, él nos dejó la raíz del nuevo día…”

Como dos mil personas -familiares, vecinos, amigos, obreros,  vendedores ambulantes, artistas de variedades, muchas mujeres, periodistas, dirigentes sindicales y gremiales, estudiantes, locutores e intelectuales-  llevamos su ataúd al cementerio por las calles de La Paz, al  mediodía, ondeando banderas, y lo enterramos lloracantando con charangos, quenas, sicuris y bombos: “Su poncho negro al viento, su aire sereno, su destino violento, su canto pleno, su mano un firmamento de pan moreno… No ha muerto, no puede ser, él nos espera en el fecundo poder de su bandera, donde vuelve a florecer la primavera”   Esta primavera del cambio. El Casiano. El Benjo. El hombre nuevo. Él.

* Artículo publicado en La Razón de La Paz, columna editorial “Miércolesmente”/JORGE MANSILLA TORRES. Miércoles 22 de octubre de 2014.